Poco tiempo después de la conversión de Pablo, él visitó Jerusalén, y predicó a Jesús y las maravillas de su gracia. Relató su conversión milagrosa, lo cual enfureció a los sacerdotes y a los dirigentes, y éstos trataron de tomar su vida. Pero a fin de que su vida pudiera ser salvada, Jesús se le apareció nuevamente en una visión mientras oraba, diciéndole: Date prisa, y sal prontamente de Jerusalén; porque no recibirán tu testimonio acerca de mí. Pablo le rogó a Jesús fervientemente: Señor, ellos saben que yo encarcelaba y azotaba en todas las sinagogas a los que creían en ti; y cuando se derramaba la sangre de Esteban tu testigo, yo mismo también estaba presente, y consentía en su muerte, y guardaba las ropas de los que le mataban. Pablo pensaba que los judíos en Jerusalén no podían resistir su testimonio; que considerarían que el gran cambio que se había obrado en él podía solamente haber sido logrado por el poder de Dios. Pero Jesús le dijo: Ve, porque yo te enviaré a los gentiles.
Durante su ausencia de Jerusalén, Pablo escribió muchas cartas a diferentes lugares, relatando su experiencia, y dando un poderoso testimonio. Pero algunos lucharon por destruir la influencia de esas cartas. Estaban obligados a admitir que éstas tenían peso y poder, pero declaraban que la presencia corporal de su autor era débil y que su manera de hablar era despreciable.
Vi que Pablo era un hombre de gran erudición y su sabiduría y sus modales encantaban a sus oyentes. Su conocimiento agradaba a los sabios, y muchos llegaron a creer en Jesús. Cuando ante reyes y numerosas asambleas él manifestaba tal elocuencia, vencía la oposición de todos los presentes . Eso enfurecía grandemente a los sacerdotes y a los ancianos. Pablo podía fácilmente entrar en profundo razonamiento, y elevándose, llevar a la gente consigo en los más exaltados hilos de pensamiento, presentando las profundas riquezas de la gracia de Dios, y describiendo ante ellos el asombroso amor de Cristo. Entonces, con sencillez, él descendía al nivel de la comprensión del pueblo común, y le relataba su experiencia de una manera poderosa, lo cual despertaba en ellos el ardiente deseo de ser discípulos de Cristo.
El Señor le reveló a Pablo que nuevamente debía ir a Jerusalén; que allí él sería apresado y que sufriría por su nombre. Y aunque estuvo prisionero un largo tiempo, sin embargo, el Señor llevó a cabo su obra especial a través suyo. Las cadenas de Pablo eran el medio de difundir el conocimiento de Cristo, y de esa manera, glorificar a Dios. A medida que era enviado de ciudad en ciudad para ser enjuiciado, el testimonio acerca de Jesús, y los interesantes incidentes de su conversión eran relatados ante reyes y gobernadores, para que no fuesen dejados sin un testimonio concerniente a Jesús. Miles de personas creyeron en él y se regocijaron en su nombre. Vi que el propósito especial de Dios se cumplió en el viaje de Pablo por mar, para que la tripulación del barco pudiera presenciar el poder de Dios a través suyo, y para que los paganos también pudieran oír el nombre de Jesús, y que muchos se convirtieran mediante sus enseñanzas al ver los milagros que él realizaba. Reyes y gobernadores se sintieron persuadidos por su razonamiento, y, cuando él predicaba a Jesús y relataba los interesantes eventos de su experiencia, la convicción se apoderaba de ellos de que Jesús era el Hijo De Dios; y mientras algunos se sentían llenos de asombro al escuchar a Pablo, uno clamó: Por poco me persuades a ser cristiano. Sin embargo, pensaron que en alguna ocasión futura considerarían lo que habían escuchado. Satanás tomó ventaja de la demora, y como descuidaron esa oportunidad cuando sus corazones habían sido suavizados, la perdieron para siempre. Sus corazones se endurecieron.
Se me mostró la obra de Satanás cuando encegueció los ojos de los judíos para que no recibieran a Jesús como su Salvador, y luego al conducirlos mediante la envidia en contra de sus poderosas obras, a querer destruir su vida. Satanás entró en uno de los mismos discípulos de Jesús y lo llevó a traicionarlo en manos de los judíos, y ellos crucificaron al Señor de la vida, y de la gloria. Después de que Jesús resucitó de los muertos, los judíos añadieron pecado a pecado mientras trataban de ocultar el hecho de la resurrección al contratar a la guardia romana por dinero para que atestiguara una mentira. Pero la resurrección de Jesús quedó doblemente asegurada por la resurrección de una multitud de testigos que se levantaron con él. Jesús apareció a sus discípulos, y a más de quinientas personas reunidas, mientras que aquellos que él había levantado con él, aparecieron a muchos declarando que Jesús había resucitado.
Satanás había hecho que los judíos se rebelaran en contra de Dios al negarse a recibir a su Hijo, y al manchar sus manos con la sangre más preciosa al crucificarlo. A pesar de la poderosa evidencia que había sido dada de que Jesús era el Hijo de Dios, el Redentor del mundo; ellos lo habían asesinado y no quisieron recibir ninguna evidencia en su favor. Su única esperanza y consuelo, como los de Satanás después de su caída, era tratar de prevalecer en contra del Hijo de Dios. Continuaron su rebelión persiguiendo a los discípulos de Cristo y dándoles muerte. Nada ofendía tanto sus oídos como el nombre de Jesús a quien habían crucificado, y estaban determinados a no escuchar ninguna evidencia en su favor. Como en el caso de Esteban, cuando el Espíritu Santo mostró a través de él la poderosa evidencia de que Jesús era el Hijo de Dios, se taparon los oídos no fuera que quedasen convencidos. Y mientras Esteban estaba envuelto en la gloria de Dios, lo apedrearon a muerte. Satanás tenía atrapados en sus garras a los asesinos de Jesús. Mediante obras impías, se habían entregado a él como sus súbditos voluntarios, y a través de ellos, él obraba para perturbar y molestar a los que creían en Cristo. Trabajó por medio de los judíos para incitar a los gentiles en contra del nombre de Jesús, en contra de los que lo seguían y creían en su nombre. Pero Dios envió a sus ángeles para fortalecer a los discípulos en su obra, a fin de que pudieran testificar acerca de las cosas que habían visto y oído, y para que al final, en su fidelidad, pudieran sellar su testimonio con su sangre.
Satanás se regocijó de que los judíos estuvieran bien sujetos en su trampa. Todavía continuaban sus inútiles ceremonias, sus sacrificios y ordenanzas. Cuando Jesús, colgando de la cruz exclamó: Consumado es, el velo del templo se rasgó en dos, de alto a abajo, para indicar que Dios ya no atendería a los sacerdotes en el templo, para aceptar sus sacrificios y ritos, y también para mostrar que la pared intermedia entre los judíos y gentiles había sido derribada. Jesús había hecho una ofrenda de sí mismo por ambos, y si habían de ser salvos, ambos debían creer en Jesús como la única ofrenda por el pecado, y aceptarlo como el Salvador del mundo.
Mientras Jesús colgaba de la cruz, cuando el soldado atravesó su costado con una lanza, brotó sangre y agua en dos raudales diferentes, uno de sangre, el otro de agua clara. La sangre era para lavar los pecados de aquellos que creerían en su nombre. El agua representaba esa agua viva que se obtiene de Jesús para darle vida al creyente.
Favor hacer referencia a: Mateo 27:51; Juan 19:34; Hechos capítulo 24 & 26.
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