Vi que Dios se encontraba en la proclamación del tiempo en el 1843. Era su propósito despertar a la gente, y llevarla a un punto crucial donde habrían de decidir. Algunos ministros se convencieron y sintieron la convicción de la exactitud de las posturas tomadas acerca de los períodos proféticos y abandonaron su orgullo, sus salarios, y sus iglesias para ir de lugar en lugar a proclamar el mensaje. Pero como el mensaje proveniente del cielo pudo encontrar lugar solamente en los corazones de unos pocos de los profesos ministros de Cristo, la obra fue colocada sobre muchos que no eran predicadores. Algunos abandonaron sus campos para proclamar el mensaje, mientras que otros fueron llamados a dejar sus tiendas y su mercancía. Y aun algunos hombres profesionales fueron compelidos a abandonar sus profesiones y a envolverse en la obra impopular de dar el mensaje del primer ángel. Hubo ministros que desechando sus opiniones y sentimientos sectarios, se unieron para proclamar la venida de Jesús. La gente fue movida doquiera el mensaje la alcanzaba. Los pecadores se arrepentían, lloraban y oraban suplicando perdón, y aquellos cuyas vidas habían estado marcadas por la deshonestidad, estaban ansiosos por hacer restitución.
Los padres sentían la más profunda solicitud por sus hijos. Los que recibían el mensaje, laboraban con sus amigos y parientes no convertidos, teniendo sus almas cargadas con el peso del solemne mensaje, los amonestaban y exhortaban a que se prepararan para la venida del Hijo del hombre. Hubo casos de personas muy endurecidas que no querían ceder ante el peso de tanta evidencia impartida por advertencias tan sinceras. Esa obra purificadora del alma condujo a separar los afectos de las cosas mundanas, y fue dirigida hacia una consagración que nunca se había experimentado. Millares fueron guiados a aceptar la verdad predicada por Guillermo Miller, y siervos de Dios fueron levantados en el espíritu y poder de Elías para proclamar el mensaje. Los que predicaban ese solemne mensaje, como Juan, el precursor de Jesús, se sintieron compelidos a colocar la segur a la raíz del árbol, y a exhortar a los hombres a que diesen frutos dignos de arrepentimiento. Su testimonio propendía a despertar y a afectar poderosamente a las iglesias, y a manifestar su verdadero carácter. Y a medida que elevaban la solemne amonestación de que huyeran de la ira venidera, muchos que estaban unidos a las iglesias, aceptaron el mensaje sanador; vieron sus apostasías, y, con amargas lágrimas de arrepentimiento, y profunda agonía de alma, se humillaron ante Dios. Y cuando el Espíritu de Dios reposó sobre ellos, ayudaron a difundir el clamor: "Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado".
La predicación de una fecha definida provocó una gran oposición de parte de todas las clases, desde el ministro en el púlpito, hasta el pecador más empedernido y audaz. Se oyó decir tanto al ministro hipócrita como al atrevido burlador: El día y la hora nadie sabe. Ninguno de ellos deseaba ser corregido o enseñado en cuanto al uso del texto, por quienes señalaban el año en el cual creían que los períodos proféticos terminaban y llamaban la atención a las señales que indicaban que la venida de Cristo estaba cerca, a las puertas. Muchos pastores del rebaño que profesaban amar a Jesús, dijeron que no se oponían a la predicación de la venida de Cristo; sino a que se fijara una fecha para esa venida. Pero el omnisciente ojo de Dios leía sus corazones. No deseaban que Jesús estuviera cerca. Sabían que sus vidas profanas no soportarían la prueba; porque no andaban por la humilde senda que Jesús había trazado. Esos falsos pastores se interpusieron en el camino de la obra de Dios. La verdad, predicada con su poder convincente despertó a la gente y al igual que el carcelero, comenzó a preguntar: ¿Qué debo hacer para ser salvo? Pero esos pastores se interpusieron entre la verdad y el pueblo predicando cosas halagüeñas, para apartarlos de la verdad. Se unieron con Satanás y sus ángeles, y clamaron: Paz, paz, cuando no había paz. Vi que ángeles de Dios habían registrado todo, y que las vestiduras de esos pastoreo faltos de consagración estaban cubiertas con la sangre de las almas. Los que amaban su comodidad y se sentían contentos lejos de Dios, no quisieron ser despertados de su seguridad carnal.
Muchos ministros no quisieron aceptar este mensaje salvador, y estorbaron a quienes lo hubieran recibido. La sangre de las almas está sobre ellos. Los predicadores y la gente se unieron en oposición a este mensaje del cielo. Persiguieron a Guillermo Miller y a los que estaban unidos a él en la obra. Hicieron circular calumnias para perjudicar su influencia y en diferentes ocasiones, después de declarar Miller el consejo de Dios, y aplicar verdades profundas al corazón de sus oyentes, se encendía una violenta cólera en contra de él y al salir del lugar de las reuniones algunos le acechaban para quitarle la vida. Pero ángeles de Dios fueron enviados para preservar su vida, y lo alejaron de la enfurecida turba. Su obra aún no había terminado.
Los más devotos recibían gozosamente el mensaje. Sabían que éste procedía de Dios y que había sido dado en el tiempo oportuno. Ángeles observaban con el más profundo interés el resultado del mensaje celestial, y cuando las iglesias se apartaban de él y lo rechazaban, ellos con tristeza consultaban con Jesús. Él apartaba su rostro de las iglesias, y ordenaba a sus ángeles que velasen fielmente sobre las preciosas almas que no habían rechazado el testimonio, porque otra luz estaba aún por brillar.
Vi que si los profesos cristianos hubiesen amado la aparición de su Salvador, si sus afectos hubiesen sido colocados en él, si hubieran sentido que no había en la tierra nadie que pudiera compararse con él, habrían recibido con gozo el primer indicio de su venida. Pero el desagrado que manifestaron al escuchar acerca de la venida del Señor, era una prueba concluyente de que no lo amaban. Satanás y sus ángeles triunfaron y echaron en cara a Cristo y a sus santos ángeles que su profeso pueblo tenía tan poco amor por Jesús, que no deseaban su segundo advenimiento.
Vi al pueblo de Dios, en gozosa expectativa, esperando a su Señor. Pero Dios se propuso probarlos. Su mano cubrió el error cometido en el cómputo de los períodos proféticos. Aquellos que estaban esperando a su Señor no advirtieron su equivocación, y los hombres más sabios que se oponían a la fecha, también fallaron en ver el error. Dios se propuso que su pueblo sufriera un desengaño. El tiempo transcurrió y quienes habían esperado con gozosa expectación a su Salvador se sintieron tristes y descorazonados, mientras que aquellos que no amaban la aparición de Jesús, sino que habían aceptado el mensaje por miedo, se alegraron de que él no hubiera venido cuando se lo esperaba. Su profesión de fe no había afectado sus corazones ni purificado sus vidas. El paso del tiempo había sido bien calculado para revelar los sentimientos de los tales. Esos fueron los primeros en ridiculizar a los tristes y descorazonados fieles, quienes amaban realmente la aparición de su Salvador. Vi la sabiduría de Dios al probar a su pueblo, colocándolos en una situación donde se vería quiénes se retirarían y volverían atrás en la hora de prueba.
Jesús y toda la huesta angélica observaban con simpatía y amor a quienes en dulce expectación anhelaban ver al que amaban. Ángeles estaban rodeándolos en la hora de su prueba. Aquellos que habían rechazado el mensaje celestial fueron dejados en tinieblas, y la ira de Dios se encendió contra ellos porque no recibieron la luz que les había sido enviada desde el cielo. Pero los desalentados fieles, que no podían comprender por qué su Señor no había venido, no fueron dejados en tinieblas. Nuevamente fueron guiados hacia la Biblia para escudriñar los períodos proféticos. La mano del Señor se retiró de las cifras y pudieron comprender su error. Vieron que los períodos proféticos alcazaban hasta el 1844, y que la misma evidencia que habían presentado para demostrar que los períodos proféticos se cerraban en 1843, probaba que éstos terminaban en 1844. Luz de la Palabra de Dios iluminó su situación, y descubrieron que había un tiempo de tardanza. Aunque "la visión" tardare, espérala. En su amor por la inmediata venida de Jesús, habían pasado por alto la demora de la visión, la cual estaba calculada para que fueran descubiertos los que verdaderamente esperaban al Señor. Nuevamente señalaron un tiempo. Sin embargo, vi que muchos de ellos no podían sobreponerse a su gran desaliento, para llegar a ese grado de celo y energía que había caracterizado su fe en el 1843.
Satanás y sus ángeles triunfaron sobre ellos, y los que no quisieron recibir el mensaje se congratularon de haber tenido el buen juicio y la sabiduría de no ceder, a lo que llamaron un engaño. No se dieron cuenta de que estaban rechazando el consejo de Dios contra sí mismos, y que estaban trabajando en unión con Satanás y sus ángeles para causar perplejidad al pueblo de Dios, que estaba viviendo el mensaje de origen celestial.
Los creyentes en este mensaje fueron oprimidos por las iglesias. Por algún tiempo, el miedo impidió que algunos que no creían en el mensaje, actuaran de acuerdo a los sentimientos de su corazón, pero al transcurrir el tiempo revelaron sus verdaderos sentimientos. Deseaban silenciar el testimonio que los creyentes se veían impulsados a dar, de que los períodos proféticos se extendían hasta 1844. Con perfecta claridad los creyentes explicaron su error, y expusieron las razones por las cuales esperaban a su Señor en 1844. Los oponentes no pudieron presentar ningún argumento en contra de las poderosas razones expuestas. Sin embargo, la ira de las iglesias se encendió en contra de ellos. Estaban determinados a no prestar atención a ninguna evidencia y a no permitir que el testimonio fuera escuchado en ninguna de sus congregaciones. Quienes no se atrevieron a privar a otros de la luz que Dios les había dado, fueron expulsados de las iglesias; pero Jesús estaba con ellos, y se regocijaban a la luz de su faz. Estaban preparados para recibir el mensaje del segundo ángel.
Favor hacer referencia a: Daniel 8:14; Habacuc 2:1-4; Malaquias capítulo 3-4; Mateo 24:36; Apocalipsis 14:6-7.
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