La Reforma - Capítulo 20

A pesar de toda la persecución y la condenación a muerte de los santos, se levantaban por doquiera testigos vivos de la verdad. Los ángeles de Dios estaban haciendo la obra que se les había confiado. Por los lugares más oscuros estaban buscando y seleccionando de entre las tinieblas a hombres honestos de corazón. Estaban sumidos en el error, pero Dios los había escogido como lo hizo con Saulo, para ser mensajeros que llevaran su verdad y alzaran sus voces en contra de los pecados de su profeso pueblo. Los ángeles de Dios movieron el corazón de Martín Lutero, Melancthon y de otros en diferentes lugares, para despertar en ellos la sed por el testimonio viviente de la Palabra de Dios. El enemigo había venido como un torrente, y el estandarte debía ser levantado contra él. Lutero fue escogido para enfrentar la tormenta, para estar en pie en contra de la ira de una iglesia caída, y a fin de fortalecer a los pocos que eran fieles a su santa creencia religiosa. Siempre sentía temor de ofender a Dios. Trató de obtener su favor a través de las obras; pero no se contentó hasta que un rayo de luz del cielo quitó la oscuridad de su mente, y lo guió a confiar, no en las obras, sino en los méritos de la sangre de Cristo, y a ir a Dios por sí mismo, no a través de los papas ni de los confesores sino por medio de JesuCristo solamente. ¡Oh, cuán precioso fue ese conocimiento para Lutero! Estimó esta nueva y preciosa luz que se había encendido en su oscuro entendimiento y había desvanecido su superstición, más que el mayor tesoro de la tierra. La Palabra de Dios era nueva. Todo estaba cambiado. El libro que había temido porque no podía ver belleza en él, era vida para él. Era su gozo, su consolación, su bendito maestro. Nada podía inducirlo a dejar su estudio. Había temido a la muerte; pero al leer la palabra de Dios, todos sus terrores desaparecieron y admíró el carácter de Dios, y lo amó. Escudriñó la Palabra de Dios por sí mismo. Se deleitó en los ricos tesoros contenidos en ella, y entonces la escudriñó para la iglesia. Estaba disgustado con los pecados de aquellos en quienes había confiado para obtener la salvación. Vio a muchos envueltos en la misma oscuridad que lo había ocultado a él. Ansiosamente buscó una oportunidad de mostrarles al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Alzó su voz en contra de los errores y pecados de la iglesia papal y ardientemente deseó romper la cadena de oscuridad que confinaba a miles y los hacía confiar en las obras para su salvación. Ansiaba poder ser capaz de abrir ante sus mentes las ricas verdades de la gracia de Dios y la excelencia de la salvación obtenida a través de JesuCristo. Alzó su voz celosamente, y en el poder del Espíritu Santo, clamó en contra de los pecados existentes en los líderes de la iglesia; y al enfrentar la tormenta de la oposición proveniente de los sacerdotes, su valor no flaqueó, porque firmemente contaba con el brazo poderoso de Dios, y confiadamente esperaba en él para lograr la victoria. A medida que él proseguía la batalla, la ira de los sacerdotes se encendió en contra suya. No deseaban reformarse. Escogieron ser dejados en la comodidad, entregados al placer disoluto, y en la impiedad. Deseaban que la iglesia permaneciera en las tinieblas.
Vi que Lutero era ardiente y celoso, valiente y audaz al reprobar el pecado, y al defender la verdad. No temía a los demonios ni a los hombres impíos. Sabía que tenía Uno a su lado más poderoso que todos ellos. Lutero poseía fuego, celo, valor y osadía, y a veces se arriesgaba demasiado; pero Dios levantó a Melancthon cuyo carácter era completamente opuesto al de Lutero para que lo ayudara en la obra de la reforma. Melancthon era tímido, temeroso, prudente y poseía una gran paciencia. Dios le amaba grandemente. Tenía gran conocimiento de las Escrituras, y su discernimiento y sabiduría eran excelentes. Su amor por la causa de Dios era igual que el de Lutero. El Señor unió esos corazones; eran amigos que nunca se separarían. Lutero fue una gran ayuda para Melancthon cuando él estaba en peligro de ser temeroso y lento, y fue también una gran ayuda para Lutero a fin de impedirle que se moviera muy rápido. A menudo Melancthon con su prudencia previsora, evitaba problemas que hubiesen sobrevenido a la causa, si la obra hubiese sido dejada solamente a Lutero; y con frecuencia la obra no hubiese podido ser impulsada hacia adelante si se le hubiese dejado solamente a Melanchton. Se me mostró la sabiduría de Dios en escoger a esos dos hombres, de caracteres tan diferentes, para llevar adelante la obra de la Reforma.
Fui llevada entonces hacia los días de los apóstoles, y vi que Dios escogió como compañeros al ardiente y celoso Pedro y al manso, sumiso y paciente Juan. Algunas veces, Pedro era impetuoso. Y el discípulo amado a menudo detenía a Pedro, cuando su celo y ardor lo llevaban muy lejos, pero eso no lo reformaba. No obstante, después que Pedro hubo negado al Señor, y se hubo arrepentido, y convertido, todo lo que necesitaba era una suave advertencia de Juan para dominar su ardor y su celo. La causa de Cristo a menudo hubiera sufrido si se la hubiese confiado solamente a Juan. Se necesitaba el ardor de Pedro. Su audacia y energía a menudo los libraron de dificultades y silenciaron a sus enemigos. Juan era de un carácter agradable. Ganó a muchos para la causa de Cristo mediante su paciente benevolencia y profunda devoción.
Dios levantó hombres para que clamaran en contra de los pecados de la iglesia papal, y llevaran hacia adelante la Reforma. Satanás trató de destruir estos testigos vivientes; pero Dios puso un cerco alrededor de ellos. Se permitió que, para la gloria de su nombre, algunos sellaran con su sangre el testimonio que habían llevado; pero hubo otros hombres valerosos como Lutero y Melancthon, quienes glorificaron mejor a Dios viviendo, y clamando a voz en cuello en contra de los pecados de los papas, sacerdotes y reyes. Éstos temblaron ante la voz de Lutero. A través de esos hombres escogidos, rayos de luz comenzaron a disipar la oscuridad; y muchos recibieron la luz gozosamente y anduvieron en ella. Y cuando un testigo era muerto, dos o mas surgían para ocupar su lugar.
Pero Satanás no estaba satisfecho. Él sólo podía tener poder sobre el cuerpo. No podía hacer que los creyentes renunciaran a su fe y esperanza. Y aun en la muerte, triunfaban al sostener una brillante esperanza de inmortalidad a la resurrección de los justos. Tenían una energía que iba más allá de una fortaleza mortal. No se atrevían a dormir por un momento. Mantenían su armadura ceñida a su alrededor, preparados para el conflicto, no simplemente con enemigos espirituales sino con Satanás, en la forma de hombres, cuyo constante clamor era: Renuncien a su fe o mueran. Esos pocos cristianos hallaban su fortaleza en Dios, y eran más preciosos a su vista que la mitad del mundo que llevaba el nombre de Cristo, y no obstante eran cobardes en lo que concernía a su causa. Mientras la iglesia era perseguida, estaban unidos y se amaban unos a otros. Eran fuertes en Dios. No se permitía que los pecadores se unieran a ella; ni el engañador ni el engañado. Sólo aquellos que estaban dispuestos a renunciar a todo por Cristo podían ser sus discípulos. Amaban ser pobres, humildes y semejantes a Cristo.

Favor hacer referencia a: Lucas 22:61-62; Juan 18:10; Hechos capítulo 3-4.
Favor hacer referencia a enciclopedia: "La Reforma".

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