Se me mostró el terrible chasco del pueblo de Dios. No vieron a Jesús al tiempo esperado. No sabían por qué su Salvador no había venido. No podían comprender por qué el tiempo profético no había terminado. El ángel dijo: ¿Ha fallado la Palabra de Dios? ¿Ha fracasado Dios en cumplir sus promesas? No; él ha cumplido todo lo que prometió. Jesús se ha levantado, ha cerrado la puerta del lugar santo del santuario celestial, ha abierto una puerta al lugar santísimo y ha entrado para purificar el santuario. El ángel dijo: Todos los que esperen pacientemente comprenderán el misterio. El hombre se ha equivocado, pero no ha habido ningún fallo de parte de Dios. Todo lo que Dios prometió fue realizado, pero el hombre mira hacia la tierra erradamente, creyendo que ésta era el santuario que iba a ser purificado al final de los períodos proféticos. Las esperanzas del hombre han fracasado; pero la promesa de Dios definitivamente no ha fallado. Jesús envió a sus ángeles a dirigir a los que estaban chasqueados, a conducir sus mentes hacia el lugar santísimo a donde él entró a purificar el santuario y para efectuar una expiación especial por Israel. Jesús le dijo a los ángeles que todos los que lo habían encontrado comprenderían la obra que él había de realizar. Vi que mientras Jesús estuviera en el lugar santísimo, se casaría con la Nueva Jerusalén, y después de que su obra fuera terminada en el lugar santísimo descendería a la tierra en poder regio y tomaría a sí mismo a las almas preciosas que habían esperado pacientemente su regreso.
Entonces se me mostró lo que tomó lugar en el cielo al tiempo en que terminaron los períodos proféticos en el 1844. Vi que cuando el ministerio de Jesús en el lugar santo terminó y él cerró la puerta de ese apartamento, una gran oscuridad descendió sobre aquellos que habían escuchado y rechazado el mensaje de la venida de Cristo, y le perdieron de vista. Entonces, Jesús se vistió de vestimentas preciosas. Alrededor del ruedo de su túnica había una campana y una granada, una campana y una granada. Suspendido de sus hombros tenía un racional de primorosa obra. Y a media que se movía, éste brillaba como diamantes, resaltando letras que parecían nombres escritos o grabados sobre el racional. Después de que él estuvo completamente vestido, con algo sobre su cabeza que parecía una corona, ángeles lo rodearon, y en un carro flameante, entró tras el segundo velo. Entonces, se me ordenó que notara los dos apartamentos del santuario celestial. La cortina o puerta, fue abierta, y se me permitió entrar. En el primer apartamento vi un candelabro con siete lámparas, el cual se veía magnífico y glorioso; también la mesa en la que estaba el pan de la proposición, y el altar del incienso y el incensario. Todo el mobiliario de ese apartamento parecía ser del oro más fino, y reflejaba la imagen de la persona que entraba en ese lugar. La cortina que separaba esos dos apartamentos se veía bellísima. Era de diferentes colores y materiales, con un hermoso borde con figuras de oro bordadas en ella, representando ángeles. El velo fue levantado, y miré dentro del segundo apartamento. Allí vi un arca que tenía la apariencia del oro más puro. Como un borde alrededor de la parte superior del arca, había un hermoso adorno que representaba coronas. Eran de oro fino. En el arca estaban las tablas de piedra que contenían los diez mandamientos. A cada extremo del arca había un hermoso querubín con sus alas extendidas sobre ésta. Las alas de ellos estaban levantadas en alto, y se tocaban la una a la otra por encima de la cabeza de Jesús, mientras él estaba en pie ante el arca. Sus rostros estaban vueltos el uno hacia el otro, y ellos miraban hacia abajo al arca, representando a toda la hueste angelical, mirando con interés hacia la ley de Dios. Entre los querubines había un incensario de oro. Y a medida que las oraciones de los santos ascendían a Jesús en fe, y que él las ofrecía a su Padre, una dulce fragancia subía del incienso. Parecía humo de los colores más hermosos. Encima del lugar donde Jesús estaba, ante el arca, vi una gloria extraordinariamente brillante la que no podía contemplar. Se asemejaba al trono donde moraba Dios. Mientras el incienso ascendía hacia el Padre, la gloria excelente se derramó desde el trono del Padre hacia Jesús, y de Jesús, se vertía sobre aquellos cuyas oraciones habían ascendido como dulce incienso. Luz y gloria se derramaron sobre Jesús en rica abundancia, y cubrieron el propiciatorio, y la estela de gloria llenó el templo. No pude mirar la gloria por mucho tiempo. Ningún lenguaje puede describirla. Me sentí abrumada y me aparté de la majestad y gloria de la escena.
Se me mostró un santuario sobre la tierra conteniendo dos apartamentos. Se asemejaba al que estaba en el cielo. Se me dijo que era el santuario terrenal, una figura del celestial. El mobiliario del primer apartamento del santuario terrenal era como el del primer apartamento del celestial. El velo fue levantado, miré dentro del lugar santísimo, y vi que los muebles eran iguales a los del lugar santísimo del santuario celestial. Los sacerdotes ministraban en ambos apartamentos del terrenal. En el primer apartamento, él ministraba cada día en el año, y entraba en el lugar santísimo sólo una vez en el año, para purificarlo de los pecados que habían sido llevados allí. Vi que Jesús ministró en ambos apartamentos del santuario celestial ofreciendo su propia sangre. Los sacerdotes terrenales eran removidos por la muerte, por lo tanto, no podían seguir por mucho tiempo, pero vi que Jesús era un sacerdote para siempre. A través de los sacrificios y ofrendas llevadas al santuario terrenal, los hijos de Israel habían de aferrarse a los méritos de un Salvador que había de venir. Y en la sabiduría de Dios, los detalles de esa obra nos fueron dados para que pudiéramos mirar hacia atrás a ellos y comprender la obra de Jesús en el lugar santísimo.
En la crucifixión, mientras Jesús moría en el Calvario, clamó: Consumado es, y el velo del templo se rasgó en dos, desde arriba hasta abajo. Eso ocurrió para mostrar que los servicios del santuario terrenal habían terminado para siempre, y que Dios ya no se reuniría con ellos en su templo terrenal para aceptar sus sacrificios. Entonces se derramó la sangre de Jesús, la cual había de ser ministrada por él mismo en el santuario celestial. Como los sacerdotes en el santuario terrenal entraban en el lugar santísimo una vez al año para purificarlo, Jesús entró en el santísimo del santuario celestial al final de los 2300 días de Daniel 8, en el 1844, para hacer una expiación final por todos los que podían beneficiarse de su mediación y para purificar el santuario.
Favor hacer referencia a: Exodo capítulo 25-28; Levitico capítulo 16; 2Reyes 2:11; Daniel 8:14; Mateo 27:50-51; Hebreos capítulo 9; Apocalipsis capítulo 21.
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