Satanás se precipitó en medio de ellos y trató de excitar a la multitud a la acción. Pero llovió sobre ellos fuego de Dios desde el cielo, y los grandes, los poderosos, los hombres nobles, al igual que los pobres y los miserables, son consumidos conjuntamente. Vi que algunos eran destruidos rápidamente, mientras que otros sufrían por más tiempo. Eran castigados de acuerdo a las obras hechas en el cuerpo. Algunos demoraban muchos días para consumirse, y mientras todavía quedase una porción de ellos que aún no se hubiese consumido, el resto conservaba el pleno sentido del sufrimiento. El ángel dijo: El gusano de la vida no morirá ni su fuego se apagará mientras quede una pequeña partícula que éste pueda devorar.
Pero Satanás y sus ángeles sufrieron por mucho tiempo. Satanás no solamente llevó el peso y el castigo de sus pecados, sino también los pecados de toda la hueste redimida fueron colocados sobre él, y deberá sufrir por la ruina que causó a los que engañó. Entonces vi que Satanás y toda la multitud de los impíos, fueron consumidos y la justicia de Dios estuvo satisfecha, y toda la hueste angélica y todos los santos redimidos, exclamaron en alta voz: ¡Amén!
El ángel dijo: Satanás es la raíz, sus hijos son las ramas. Ya han sido consumidos, raíz y rama. Han muerto de una muerte eterna. Nunca tendrán una resurrección y Dios tendrá un universo limpio. Entonces miré; y vi que el fuego que había consumido a los impíos quemaba los escombros y purificaba la tierra. Nuevamente miré, y vi la tierra purificada. No había ni una sola señal de la maldición. La agrietada y desigual superficie de la tierra se veía ahora como una extensa y uniforme llanura. Todo el universo de Dios estaba limpio, y la gran controversia había terminado para siempre. Doquiera mirábamos, todo aquello sobre lo cual descansáramos la mirada, era hermoso y santo. Y toda la hueste redimida, los viejos y los jóvenes, arrojaron sus resplandecientes coronas a los pies de su Redentor, y se postraron en adoración ante él, adorando al que vive para siempre jamás. La hermosa tierra nueva, con toda su gloria, era la herencia eterna de los santos. El reino, y el señorío, y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, entonces fue dado al pueblo de los santos del Altísimo, quienes lo poseerían para siempre jamás.
Favor hacer referencia a: Isaías 66:24; Daniel 7:26-27; Apocalipsis 20:9-15, 21:1, 22:3.
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