Las iglesias no recibieron la luz del mensaje del primer ángel, y al rechazar la luz enviada desde el cielo, perdieron el favor de Dios. Confiaron en su propia fortaleza, y al oponerse al primer mensaje se colocaron en una situación donde no pudieron ver la luz del mensaje del segundo ángel. Pero los elegidos de Dios, quienes estaban oprimidos, respondieron al mensaje de: Ha caído Babilonia y abandonaron las iglesias caídas.
Cerca del cierre del mensaje del segundo ángel, me fue mostrada una potente luz que venía del cielo y que resplandecía sobre el pueblo de Dios. Los rayos de esta luz parecían tan brillantes como el sol. Y oí las voces de ángeles exclamando: ¡He aquí que viene el Esposo, salid a recibirle!
El clamor de media noche fue dado para impartir poder al mensaje del segundo ángel. Desde el cielo fueron enviados ángeles para despertar a los desanimados santos, y prepararlos para la gran obra que estaba ante ellos. Los hombres más talentosos no fueron los primeros en recibir el mensaje. Ángeles fueron enviados a los humildes y devotos a fin de constreñirlos a exclamar: He aquí el Esposo viene, salid a recibirle. Aquellos a quienes se les confió el mensaje se apresuraron, y llenos del poder del Espíritu Santo salieron a proclamarlo y a despertar a sus desanimados hermanos. Este clamor no estaba fundado en la sabiduría y la sapiencia de los hombres, sino en el poder de Dios; y los santos que escucharon el mensaje no pudieron resistirlo. Los primeros en recibir este mensaje fueron los más espirituales, y los que habían dirigido la obra al principio fueron los últimos en recibirlo y en ayudar a que resonara con mayor potencia el clamor: ¡Aquí viene el Esposo, salid a recibirle!
En todas partes del país, fue proyectada luz sobre el mensaje del segundo ángel y el clamor impresionó a miles de personas. Fue difundido de ciudad en ciudad, y de villa en villa, hasta que el pueblo de Dios, que estaba a la espera, fue completamente despertado. Muchos no permitieron que este mensaje penetrara en las iglesias, y una gran compañía que tenía el viviente testimonio abandonó las iglesias caídas. Una obra poderosa fue realizada por el clamor de media noche. El mensaje escudriñaba los corazones e impulsó a los creyentes a buscar por sí mismos una experiencia viviente. Se dieron cuenta de que no podían apoyarse unos en otros.
Los santos esperaban ansiosamente la venida de su Señor con ayunos, vigilias y períodos constantes de oración. Aun algunos pecadores esperaban la hora con terror, mientras que la gran mayoría parecía manifestar un espíritu satánico en contra de ese mensaje. Se mofaban y escarnecían, y en todas partes repetían: ¡Del día y la hora nadie sabe! Ángeles malignos se regocijaban a su alrededor, impulsándolos a endurecer sus corazones y a rechazar todo rayo de luz que viniera del cielo, para asegurarlos en la red de Satanás. Muchos que profesaban estar esperando la venida del Señor no tenían ninguna participación en el mensaje. Al haber sido testigos de la gloria de Dios, de la humildad y la profunda devoción de los que esperaban y el peso abrumador de la evidencia, se sintieron movidos a declarar que aceptaban la verdad, pero no estaban convertidos. No estaban listos. Los santos sentían por doquiera un espíritu de solemne y ferviente oración. Una santa solemnidad descansaba sobre ellos. Ángeles llenos del más profundo interés vigilaban el resultado del mensaje, y elevaban a quienes lo recibían, apartándolos de las cosas terrenales para que pudieran abastecerse ampliamente de la fuente de salvación. Dios aceptaba entonces a su pueblo. Jesús los contemplaba complacido, pues su imagen se reflejaba en ellos. Habían hecho un sacrificio completo, una entera consagración y esperaban ser cambiados al estado inmortal. Pero un nuevo y triste desengaño les aguardaba. Pasó el tiempo durante el cual esperaban la liberación. Todavía estaban en la tierra, y nunca les habían parecido más visibles los efectos de la maldición. Habían puesto sus afectos en el cielo y con una dulce anticipación habían saboreado la inmortal liberación, pero sus esperanzas no se realizaron.
El temor que muchos habían experimentado no se desvaneció de inmediato. No se atrevieron a proclamar su triunfo sobre los que habían sido chasqueados. Pero como la ira de Dios no se manifestó en forma visible sobre ellos, se recobraron del temor que habían sentido y comenzaron de nuevo con sus mofas y burlas. El pueblo de Dios fue probado nuevamente. El mundo se burlaba de ellos y los cubría de vituperios. Y aquellos que habían creído sin ninguna duda que Jesús vendría entonces a resucitar a los muertos, a transformar a los santos vivientes, a tomar el reino y a poseerlo para siempre, se sintieron como los discípulos ante el sepulcro de Cristo: Se han llevado a mi Señor, y no se dónde le han puesto.
Favor hacer referencia a: Mateo 24:36, 25:6; Juan 20:13; Apocalipsis 14:8.
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