El Zarandeo - Capítulo 32

Vi que algunos, con una fe robusta y con clamores angustiados, rogaban a Dios. Sus rostros estaban pálidos, y mostraban una profunda ansiedad, la cual expresaba su lucha interna. En sus rostros se mostraba firmeza y una gran sinceridad, mientras que grandes gotas de sudor empapaban sus frentes. De vez en cuando, sus rostros se iluminaban con las señales de la aprobación de Dios, y nuevamente, la misma apariencia solemne, ferviente y ansiosa se posaba sobre ellos.
Ángeles malos los rodeaban, agobiándolos con sus tinieblas, para apartar a Jesús de su vista, a fin de que sus ojos fueran atraídos hacia la oscuridad que los rodeaba, desconfiaran de Dios, y que luego murmuraran en su contra. Su única seguridad consistía en mantener sus ojos dirigidos hacia las alturas. Ángeles tenían a su cargo al pueblo de Dios, y a medida que la atmósfera envenenada de esos ángeles malos circundaba a esas almas ansiosas, los ángeles que estaban guardándolos batían continuamente sus alas para disipar las densas tinieblas que había a su alrededor.
Vi que algunos no participaban en esa obra de agonizar y rogar. Parecían indiferentes y descuidados. No estaban resistiendo la oscuridad en torno a ellos, y ésta los encerraba como una espesa nube. Los ángeles de Dios los abandonaron, y fueron a ayudar a los que oraban fervientemente. Vi a los ángeles de Dios apresurarse a asistir a todos los que estaban luchando con todas sus energías para resistir a esos ángeles malos, y tratando de ayudarse a sí mismos clamando a Dios con perseverancia. Pero los ángeles abandonaron a los que no hicieron ningún esfuerzo para ayudarse a sí mismos, y los perdí de vista.
A medida que los que oraban continuaron sus fervientes clamores, de vez en cuando un rayo de luz de parte de Jesús llegaba hasta ellos, y los animaba, e iluminaba sus rostros.
Pregunté el significado del zarandeo que había visto. Se me mostró que sería causado por el testimonio directo que exigía el consejo del Testigo fiel a los laodicenses. Este tendrá su efecto sobre el corazón del que recibe el testimonio y lo llevará a exaltar el estandarte y a pronunciar la verdad directa. Algunos no soportarán ese testimonio directo. Se levantarán en contra de él, y eso causará un zarandeo entre el pueblo de Dios.
Vi que el testimonio del Testigo fiel no ha sido seguido ni siquiera a medias. El solemne testimonio del cual depende el destino de la iglesia, ha sido despreciado, si no ha sido completamente descuidado. Ese testimonio debe producir un profundo arrepentimiento, y todos los que verdaderamente lo acepten, lo obedecerán, y serán purificados.
El ángel dijo: ¡Escuchad! Pronto oí una voz que sonaba como muchos instrumentos musicales, todos sonando con acordes perfectos, dulces y armoniosos. Sobrepasaba a cualquier música que yo jamás hubiera escuchado. Parecía estar tan llena de misericordia, de compasión, y de un gozo ennoblecedor y santo. Emocionó todo mi ser. El ángel dijo: ¡Mirad! Mi atención fue guiada hacia el grupo que había visto antes, el cual estaba siendo poderosamente zarandeado. Se me mostró a los que había visto anteriormente llorando y orando en agonía de espíritu. Vi que la compañía de ángeles guardianes que los rodeaba se había multiplicado y que estaban revestidos de una armadura de la cabeza a los pies. Se movían en un orden exacto, firmes como una compañía de soldados. Sus rostros expresaban el severo conflicto que habían soportado, la lucha agonizante por la que habían pasado. Sin embargo, sus facciones, marcadas con una severa angustia interna, brillaban ahora con la luz y la gloria del cielo. Habían obtenido la victoria, y eso inspiró en ellos la más profunda gratitud, y un gozo sagrado y santo.
El número de ese grupo había disminuido. Algunos habían sido zarandeados y dejados por el camino. Los descuidados e indiferentes que no se unieron a los que apreciaban la victoria y la salvación lo suficiente como para agonizar, perseverar, y rogar por ellas, no las obtuvieron, y fueron dejados atrás en las tinieblas y sus lugares fueron inmediatamente ocupados por otros que aceptaron la verdad, y se unieron a las filas. Los ángeles malos todavía se agrupaban a su alrededor, pero no podían tener ningún poder sobre ellos.
Escuché a los que estaban vestidos con la armadura proclamar la verdad con gran poder. Ésta tuvo efecto. Vi a los que habían estado atados, algunas esposas habían estado ligadas por sus esposos, y algunos hijos por sus padres. Los sinceros que habían sido restringidos o impedidos de oír la verdad, ahora la aceptaban ansiosamente. Todo el temor a sus parientes había desaparecido. Solamente la verdad era sublime para ellos. Ésta les era más preciosa que la vida misma. Habían estado hambrientos y sedientos por la verdad. Pregunté que había ocasionado ese gran cambio. Un ángel respondió: Es la lluvia tardía, el refrigerio de la presencia del Señor, el fuerte pregón del tercer ángel.
Un gran poder asistía a esos escogidos. El ángel dijo: ¡Mirad! mi atención fue guiada hacia los impíos o incrédulos. Todos estaban agitados. El celo y el poder que se hallaba en el pueblo de Dios los había despertado y enfurecido. Había confusión, confusión por doquiera. Vi que se tomaban medidas en contra de ese grupo que tenía el poder y la luz de Dios. Las tinieblas se volvieron más densas a su alrededor, a pesar de eso, se mantenían firmes, bajo la aprobación de Dios y confiando en él. Los vi perplejos. Y entonces, los escuché clamar a Dios con fervor. A lo largo del día y de la noche su clamor no cesaba. Escuché las siguientes palabras: ¡Sea hecha tu voluntad, Oh Dios! ¡Si puede glorificar tu nombre haz que haya una vía de escape para tu pueblo! ¡Líbranos de los paganos a nuestro alrededor! Nos han sentenciado a muerte, pero tu brazo puede traer salvación. Esas son las únicas palabras que puedo traer a la memoria. Parecían tener un profundo sentido de su indignidad y manifestaban una completa sumisión a la voluntad de Dios. Sin embargo, cada uno de ellos, sin excepción rogaba y luchaba fervientemente, como Jacob, por liberación.
Poco después de que comenzaron su piadoso clamor, los ángeles, sintiendo compasión, querían ir a libertarlos. Pero un ángel de elevada estatura, que estaba al mando no se los permitió. Él dijo: Ellos deben beber de la copa. Deben ser bautizados con el bautismo.
Pronto oí la voz de Dios, la cual estremeció los cielos y la tierra. Hubo un gran terremoto. Por todas partes los edificios eran sacudidos y se derrumbaban. Escuché un triunfante grito de victoria, fuerte, armonioso y claro. Miré a esa compañía, la cual, poco antes había estado en tal angustia y opresión: Su cautiverio había terminado. Una luz gloriosa resplandecía sobre ellos. Cuán hermosos se veían entonces. Todo rastro de inquietud y de fatiga habían desaparecido. En cada rostro se veían la salud y la belleza. Sus enemigos, los paganos a su alrededor, cayeron como hombres muertos. No podían soportar la luz que brillaba sobre los santos libertados. Esa luz y gloria permanecieron sobre ellos hasta que se vio a Jesús en las nubes de los cielos, y la compañía fiel y probada fue transformada en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, de gloria en gloria. Y las tumbas fueron abiertas y los santos resucitaron, vestidos de inmortalidad, exclamando: Victoria sobre la muerte y el sepulcro. Junto con los santos vivos fueron arrebatados a encontrar al Señor en el aire, mientras que hermosos y sonoros gritos de gloria y victoria salían de todo labio santificado.

Favor hacer referencia a: Salmos Libro III capítulo 86; Oseas 6:3; Hageo 2:21-23; Mateo 10:35-39, 20:23; Efesios 6:10-18; 1Tesalonicenses 4:14-18; Apocalipsis 3:14-22.

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