Se me llevó al momento cuando Jesús comió la pascua con sus discípulos. Satanás había engañado a Judas, y le hizo creer que era uno de los verdaderos discípulos de Cristo, pero su corazón siempre fue carnal. Había visto las poderosas obras de Jesús, había estado con él durante su ministerio, y se había rendido a la poderosa evidencia de que él era el Mesías; pero era calculador y codicioso. Amaba el dinero. Se quejó airadamente por el costoso ungüento derramado sobre Jesús. María amaba a su Señor. Él había perdonado sus pecados, que eran muchos, y había resucitado a su amado hermano de los muertos, y ella creía que nada era demasiado costoso para ofrendárselo. Mientras más caro fuera el ungüento, mejor podría ella expresar su gratitud al Salvador, dedicándoselo. Como excusa para ocultar su codicia, Judas dijo que ese ungüento podría haber sido vendido para dar el dinero a los pobres. Pero no era su preocupación por los pobres lo que lo impulsaba a decir eso, porque era egoísta, y a menudo se apropiaba para su uso personal de lo que se le había confiado para los pobres. Judas no se había preocupado de la comodidad de Jesús ni de sus necesidades, y excusaba su codicia refiriéndose a menudo a los pobres. Aquel acto de generosidad de parte de María constituyó una hiriente reprensión para su carácter codicioso.
El camino estaba preparado para que la tentación de Satanás encontrara fácil acogida en el corazón de Judas. Los judíos odiaban a Jesús; pero las multitudes se aglomeraban para escuchar sus palabras de sabiduría y presenciar sus poderosas obras. Eso atrajo la atención de los sacerdotes y ancianos, porque la gente se sentía impulsada por el más profundo interés y seguía ansiosamente a Jesús escuchando las instrucciones de ese maravilloso maestro. Muchos de los dirigentes creían en Jesús pero tenían miedo de confesarlo, por temor a ser despedidos de la sinagoga. Los sacerdotes y ancianos decidieron que tenían que hacer algo para apartar de Jesús la atención de la gente. Temían que todos los hombres creerían en él y no se sentían seguros. Habían de perder sus puestos o dar muerte al Señor. Pero después de que le dieran muerte, todavía quedarían algunos que serían monumentos vivientes de su poder. Jesús había resucitado a Lázaro de los muertos. Temían que si mataban a Jesús, Lázaro testificaría de su poder. La gente se agolpaba para ver al que había sido levantado de los muertos, y los dirigentes decidieron eliminar también a Lázaro para sofocar ese entusiasmo. Entonces podrían lograr que el pueblo se volviera a las tradiciones y doctrinas de hombres, a fin de que siguieran diezmando el eneldo y el comino, y ejercerían nuevamente su influencia sobre él. Convinieron prender a Jesús cuando estuviese solo, porque si intentaban arrestarlo en medio de una multitud, cuando las mentes de la gente estuviera concentrada en él, la multitud los apedrearía.
Judas sabía cuán ansiosos estaban de prender a Jesús y ofreció entregarlo a los principales sacerdotes y ancianos por unas cuantas monedas de plata. Su amor al dinero lo indujo a traicionar a su Señor entregándolo en manos de sus más acerbos enemigos. Satanás estaba trabajando directamente a través de Judas, y en medio de las escenas impresionantes de la última cena, el traidor estaba trazando planes para entregar a su Maestro. Con pesar, Jesús dijo a sus discípulos que todos ellos se escandalizarían en él aquella noche. Pero Pedro afirmó con vehemencia que si todos los demás se escandalizaban, él no lo haría. Jesús le dijo: Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto confirma a tus hermanos.
Contemplé a Jesús en el huerto con sus discípulos. Con profundo pesar, les rogó que velaran y oraran para que no cayeran en tentación. Sabía que su fe sería probada, que sus esperanzas se verían frustradas, que necesitarían toda la fortaleza que pudieran obtener como resultado de una estricta vigilancia y ferviente oración. Con fuertes clamores y llanto Jesús oraba: Padre si quieres pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. El Hijo de Dios oraba en agonía. Grandes gotas de sangre fluían sobre su rostro y caían en tierra. Los ángeles se reunían en ese lugar, testigos de la escena, pero sólo uno fue comisionado para que fortaleciera al Hijo de Dios en su agonía. Los ángeles del cielo se quitaron sus coronas, abandonaran sus arpas, y con el más profundo interés observaron silenciosamente a Jesús. No había gozo en el cielo. Ellos hubiesen deseado rodear al Hijo de Dios, pero los ángeles que estaban en comando no se lo permitieron, por temor a que cuando contemplaran la entrega de Cristo se decidieran a librarlo; porque el plan había sido trazado y tenía que cumplirse.
Después que Jesús oró, se acercó a sus discípulos. Estaban durmiendo. En esa terrible hora, no contaba siquiera con el aliento y las oraciones de sus discípulos-Pedro, tan celoso un poco antes, dormía profundamente. Jesús les recordó sus declaraciones positivas, y les dijo: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Tres veces el Hijo de Dios oró con agonía, entonces apareció Judas con su banda de hombres. Saludó a Jesús como de costumbre. El grupo rodeó a Jesús quien entonces manifestó su poder divino, cuando dijo: "¿A quién buscáis?" "Yo soy". Entonces cayeron de espaldas al suelo. Jesús hizo la pregunta para que pudiesen ser testigos de su poder, y tuvieran evidencias de que él podía librarse de sus manos si quería.
Los discípulos comenzaron a tener esperanzas, al ver cuán fácilmente la multitud armada de palos y de espadas caía en tierra. Al levantarse, rodearon nuevamente al Hijo de Dios y Pedro desenvainó su espada e hirió a un siervo del sumo sacerdote y le cortó una oreja. Jesús le ordenó que envainara su espada diciéndole: "¿Acaso piensas que no puedo orar a mi Padre y que él no me daría más de doce legiones de ángeles?" Vi que cuando pronunció esas palabras, el rostro de los ángeles se animó de esperanza. Querían en ese momento y allí mismo, rodear a su Comandante y dispersar a la airada multitud. Pero nuevamente, el pesar se apoderó de ellos cuando Jesús añadió: "¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras de que es necesario que así se haga?" Los corazones de los discípulos también se hundieron en la desesperación y en amarga frustración cuando vieron que Jesús permitía que sus enemigos se lo llevaran.
Los discípulos temieron por sus propias vidas y todos lo abandonaron y huyeron. Jesús quedó solo en manos de una turba asesina. ¡Oh, qué triunfo fue ese para Satanás! ¡Y qué tristeza y pesar para los ángeles de Dios! Muchas legiones de santos ángeles, cada una encabezada por su caudillo, fueron enviados para presenciar la escena, con el propósito de registrar todo acto de crueldad, y todo insulto que fuera lanzado contra el Hijo de Dios, así como toda la aflicción que Jesús sufriera; porque esos mismos hombres habrían de volver a ver todas esas escenas en vívidos caracteres.
Favor hacer referencia a: Mateo 26:1-56; Marcos 14:1-52; Lucas 22:1-46; Juan capítulo 11, 12:1-11, 18:1-12.
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