Entonces contemplé la tierra. Los impíos estaban muertos, y sus cuerpos yacían sobre la faz de ésta. Los habitantes de la tierra habían sufrido la ira de Dios en las siete postreras plagas. Se habían mordido sus lenguas de dolor y habían maldecido a Dios. Los falsos pastores fueron objeto especial de la ira de Jehová. Sus ojos se habían consumido en sus cuencas y sus lenguas en sus bocas, mientras estaban en pie. Después de que los santos fueron liberados por la voz de Dios, la ira de la multitud impía los volvió el uno en contra del otro. La tierra parecía estar anegada en sangre, y había cuerpos muertos de un cabo a otro de ésta.
La tierra se encontraba en una condición muy desolada. Ciudades y aldeas, desmoronadas por el terremoto, eran escombros. Montañas fueron movidas de sus lugares, dejando grandes cavernas. El mar había arrojado pedazos de rocas a la tierra, y éstas se hallaban desparramadas por toda su superficie. La tierra parecía un desierto desolado. Grandes árboles habían sido arrancados de raíz y estaban esparcidos por todas partes. Aquí estará el hogar de Satanás con sus malos ángeles durante los 1000 años. Aquí estarán confinados y vagará de arriba a abajo sobre la superficie agrietada de la tierra, y verá los efectos de su rebelión en contra de la ley de Dios. Podrá disfrutar por 1000 años de los efectos de la maldición que causó. Limitado solamente a la tierra, no tendrá el privilegio de ir a otros mundos para tentar y mortificar a los que no han caído. En ese tiempo, Satanás sufre intensamente. Desde su caída sus características malignas han sido ejercitadas constantemente. Entonces se verá privado de su poder, y dejado para que reflexione acerca del papel que él ha tenido desde su caída, y para esperar con temblor y terror el terrible porvenir cuando deberá sufrir por todo el mal que ha hecho, y ser castigado por todos los pecados que ha hecho que se cometan.
Entonces escuché gritos de triunfo provenientes de los ángeles y de los santos redimidos, los cuales sonaban como diez mil instrumentos musicales, porque ya no serían molestados ni tentados por el diablo, y porque los habitantes de otros mundos habían sido liberados de su presencia y de sus tentaciones.
Entonces vi tronos, y Jesús y los santos redimidos se sentaron en ellos; los santos reinaron como reyes y sacerdotes para Dios, y los impíos muertos fueron juzgados, sus acciones fueron comparadas con el libro de estatutos, la palabra de Dios, y fueron juzgados de acuerdo a las obras realizadas en el cuerpo. Jesús en unión con los santos, le asignó a los impíos la porción que debían sufrir, de acuerdo a sus obras, y fue escrito en el libro de la muerte, al lado de sus nombres. Satanás y sus ángeles también fueron juzgados por Jesús y los santos. El castigo de Satanás había de ser mucho mayor que el de aquellos que había engañado. Excedía tanto al castigo de ellos que no se podía comparar con éste. Después de que todos los que él engaño hayan perecido, Satanás habrá de vivir aún y sufrir por más tiempo.
Cuando terminó el juicio de los impíos muertos, al final de los mil años, Jesús abandonó la ciudad, y una escolta de la hueste angélica lo siguió. Los santos también fueron con él. Jesús descendió sobre un grande y alto monte, el cual, tan pronto como sus pies lo tocaron, se partió en dos y se convirtió en una inmensa llanura. Entonces, elevamos nuestra mirada y vimos la gran y hermosa ciudad, con doce fundamentos, doce puertas, tres a cada lado, y con un ángel a cada puerta. Clamamos ¡La Ciudad! ¡La gran ciudad! ¡Está descendiendo del cielo, de Dios! Y ésta bajó en todo su esplendor y magnífica gloria y reposó en la extensa llanura que Jesús había preparado para ella.
Favor hacer referencia a: Zacarias 14:4-12; Apocalipsis 20:2-6, 20:12, 21:10-27.
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