La Segunda Resurrección - Capítulo 40

Entonces Jesús y toda su santa escolta de ángeles con todos los santos redimidos dejaron la ciudad. Los santos ángeles rodearon a Jesús y lo escoltaron en su camino y el séquito de los santos redimidos los siguió. Entonces Jesús, con una majestad imponente y terrible, llamó a los impíos muertos, y a medida que resucitaron, con los mismos cuerpos débiles y enfermizos con que descendieron a la tumba, ¡qué espectáculo presentaron! ¡qué escena! En la primera resurrección, todos despertaron en radiante inmortalidad, pero en la segunda, las marcas de la maldición son visibles en todos. Los reyes y los hombres nobles de la tierra resucitan con los rudos y los degradados, los eruditos y los ignorantes juntamente. Todos contemplan al Hijo del hombre, y los mismos hombres que despreciaron y burlaron a Jesús, quienes lo hirieron con la caña, y pusieron la corona de espinas sobre sus sagradas sienes, lo contemplan en su regia majestad. Los que lo escupieron en la hora de su juicio, ahora se apartan de su penetrante mirada y de la gloria de su semblante. Aquellos que enterraron los clavos en sus manos y sus pies, ahora ven las marcas de su crucifixión. Los que le hirieron el costado con la lanza ven las marcas de su crueldad en su cuerpo. Y se dan cuenta que él es Aquel mismo que crucificaron y a quien burlaron en su agonía moribunda. Entonces se levanta un largo y prologado lamento de agonía, mientras huyen de la presencia del Rey de reyes y Señor de señores.
Todos tratan de esconderse en las rocas, y de escudarse de la terrible gloria de Aquel a quien una vez despreciaron. Todos están sobrecogidos y angustiados por su majestad y extraordinaria gloria, y al unísono elevan sus voces, y con terrible claridad exclaman: Bendito el que viene en el nombre del Señor.
Luego Jesús y los santos ángeles, acompañados por todos los santos entraron nuevamente en la ciudad, y los amargos lamentos y las quejas de los impíos perdidos llenaron el aire. Entonces vi que Satanás comenzaba su obra de nuevo. Se movía entre sus súbditos, fortaleció a los débiles y les dijo que él y sus ángeles eran poderosos. A continuación, señaló los innumerables millones que habían sido resucitados. Entre ellos había poderosos guerreros y reyes diestros en batalla, y quienes habían conquistado reinos. Y había robustos gigantes, y hombres valientes que nunca habían perdido una batalla. Allí estaba el orgulloso y ambiciosos Napoleón cuya llegada había hecho temblar a reinos. Allí había hombres de gran estatura y de porte digno y elevado, quienes habían caído en la batalla. Cayeron mientras estaban sedientos de conquista. Cuando salieron de sus tumbas, resumieron la corriente de sus pensamientos donde éstos habían cesado en la muerte. Poseían el mismo espíritu de conquista que los dominaba cuando cayeron. Satanás consultó con sus ángeles y entonces, con esos reyes, conquistadores y hombres poderosos. Luego observó al vasto ejército y les dijo que la compañía que estaba en la ciudad era pequeña y débil, que ellos podían subir contra ella tomarla, arrojar fuera a sus habitantes, y adueñarse de sus riquezas y gloria.
Satanás tuvo éxito en engañarlos, e inmediatamente todos comenzaron a prepararse para la batalla. Construyeron armamentos de guerra, porque en ese enorme ejército había muchos hombres hábiles. Y entonces, con Satanás a la cabeza, la multitud se puso en marcha. Los reyes y los guerreros seguían de cerca a Satanás, y la multitud iba detrás, en compañías. Cada una de ellas tenía un capitán, y marchaban en orden a medida que avanzaban sobre la agrietada superficie de la tierra hacia la ciudad santa. Jesús cerró las puertas de la ciudad, y ese numeroso ejército la rodeó y se asentó en orden de batalla para asediarla. Habían preparado toda clase de pertrechos de guerra, esperando envolverse en un fiero conflicto. Se acercaron a la ciudad. Jesús y toda la hueste angélica, con sus relucientes coronas sobres sus cabezas, y todos los santos con sus brillantes coronas, ascendieron a lo alto del muro de la ciudad. Jesús habló con majestad y dijo: ¡Contemplad, pecadores, la recompensa de los justos! ¡Y mirad, vosotros mis redimidos, la recompensa de los impíos! La innumerable multitud contempla a la compañía sobre los muros de la ciudad. Y al ver el esplendor de sus resplandecientes coronas, y ver sus rostros radiantes de gloria, expresando la imagen de Jesús, y al contemplar la inexpresable gloria y majestad del Rey de Reyes, y Señor de señores, su valor decayó. El sentido del tesoro y la gloria que han perdido los embargó y se dan cuenta de que la paga del pecado es muerte. Ven a la santa y feliz compañía a quien ellos despreciaban revestida de gloria, de honor, de inmortalidad y de vida eterna, mientras que ellos están fuera de la ciudad con todo lo más degradado y abominable.

Favor hacer referencia a: Mateo 23:29; Apocalipsis 6:15-16, 20:7-9, 22:12-15.

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