Fue a la medianoche que Dios escogió liberar a su pueblo. Mientras los impíos se burlaban a su alrededor, repentinamente, el sol apareció, resplandeciendo en todo su fulgor, y la luna se detuvo. Los impíos contemplaron la escena con asombro. Se siguieron en rápida sucesión señales y prodigios. Todo parecía haberse salido de su curso natural. Los santos contemplaban las señales de su liberación con gozo solemne.
Los arroyos cesaron de correr. Aparecieron nubes oscuras y espesas que se entrechocaban una en contra de otra. Pero había un claro de constante esplendor, desde donde se escuchaba la voz de Dios, como el sonido de muchas aguas, la cual sacudió los cielos y la tierra. Hubo un gran terremoto. Los sepulcros se abrieron, y aquellos que habían muerto en la fe bajo el mensaje del tercer ángel, guardando el sábado, se levantaron glorificados de sus lechos polvorientos para escuchar el pacto de paz que Dios había de hacer con los que habían guardado su ley.
El firmamento se abrió y se cerró en terrible conmoción. Las montañas se sacudían como una caña en el viento, y lanzaba peñascos por todas partes. El mar hervía como una caldera y arrojaba piedras sobre la tierra. Y a medida que Dios declaraba el día y la hora de la venida de Jesús, y confería a su pueblo el pacto eterno, pronunciaba una frase y pausaba, mientras sus palabras retumbaban a través de la tierra. El Israel de Dios permanecía con la vista fija en las alturas, escuchando las palabras según procedían de los labios de Jehová, y retumbaban a través de la tierra como el estruendo de aterradores truenos. Era un espectáculo terriblemente solemne. Al final de cada frase los santos exclamaban: ¡Gloria! ¡Aleluya! Sus semblantes resplandecían con la gloria de Dios, y brillaban como el rostro de Moisés cuando descendió del Sinaí. Los impíos no podían mirarlos a causa de la gloria que reposaba sobre ellos. Y cuando la bendición sempiterna fue derramada sobre los que habían honrado a Dios, al guardar su sábado, repercutió un potente grito de victoria sobre la bestia y sobre su imagen.
Entonces comenzó el jubileo, cuando la tierra había de descansar. Vi al piadoso esclavo alzarse en triunfo y victoria, quebrantó las cadenas que lo ataban, mientras que su impío amo quedaba confuso y no sabía qué hacer, porque los impíos no podían comprender las palabras pronunciadas por la voz de Dios. Pronto apareció la gran nube blanca. Sobre ella venía sentado el Hijo del hombre.
Al vislumbrarse por primera vez a la distancia, esa nube parecía muy pequeña. El ángel dijo que era la señal del Hijo del hombre. Y a medida que la nube se acercaba a la tierra, pudimos contemplar la excelente gloria y majestad de Jesús mientras avanzaba como conquistador. Una santa comitiva de ángeles, ceñidos de brillantes y resplandecientes coronas, lo escoltaban en su camino. No hay lenguaje que pueda describir la gloria de la escena. La viviente nube de majestad y gloria insuperable se acercó más, y pudimos contemplar claramente la hermosa persona de Jesús. No llevaba una corona de espinas, sino que una corona de gloria ceñía su santa cien. Sobre su vestidura y sobre su muslo llevaba escrito el nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES. Sus ojos eran como llama de fuego, sus pies tenían la apariencia de bronce fino, y su voz sonaba como muchos instrumentos musicales. Su semblante era tan reluciente como el sol del medio día. La tierra tembló ante él y los cielos se apartaron como un pergamino que es enrollado, y todo los montes e islas se movieron de sus lugares. Y los reyes de la tierra, y los grandes, y los capitanes y los poderosos, y todo siervo y todo libre se escondieron en las cuevas y entre las peñas de las montañas. Y clamaron a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos, de la cara de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero: Porque el gran día de su ira es venido; ¿y quién podrá estar firme?
Aquellos que un corto tiempo antes hubieran exterminado a los fieles hijos de Dios de la tierra, tuvieron que presenciar la gloria de Dios que descansaba sobre ellos. Los habían visto glorificados. Y en medio de todos las terribles escenas que tuvieron lugar, habían escuchado las voces de los santos en gozosos tonos diciendo: He aquí este es nuestro Dios le hemos esperado, y nos salvará. La tierra se estremeció fuertemente mientras el Hijo de Dios llamaba a los santos que dormían. Ellos respondieron al llamado, y resucitaron vestidos de gloriosa inmortalidad, exclamando: ¡Victoria! ¡victoria! sobre la muerte y sobre la tumba. ¿Dónde está oh muerte, tu aguijón? ¿dónde oh sepulcro, tu victoria? Entonces los santos vivos y los que habían resucitado, elevaron sus voces en un prolongado y conmovedor grito de victoria. Esos cuerpos enfermizos que habían descendido a la tumba, resurgieron con salud y vigor inmortales. Los santos vivientes fueron transformados en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, y fueron arrebatados con los que habían resucitado, y juntos encontraron a su Señor en el aire. Oh, qué reunión tan gloriosa. Amigos a quienes la muerte había separado, fueron reunidos para no separarse jamás.
A cada lado del carro de nube había alas, y debajo de éste había ruedas vivientes, y a medida que el carro ascendía, las ruedas exclamaban: ¡Santo! y las alas al moverse, exclamaban: ¡Santo!, y la escolta de ángeles santos alrededor del carro exclamaban: ¡Santo, santo, santo, Dios Todopoderoso. Y los santos que estaban en la nube exclamaban: ¡Gloria! ¡Aleluya! Y el carro subió hacia la santa ciudad. Antes de entrar en ésta, los santos fueron ordenados en un cuadrado perfecto, con Jesús en el medio. Él sobresalía de cabeza y hombros por encima de los santos, y también de los ángeles. Su forma majestuosa y hermoso rostro podía ser contemplado por todos los que estaban en el cuadro.
Favor hacer referencia a: 2Reyes 2:11; Isaías 25:9; 1Corintios 15:51-55; 1Tesalonicenses 4:13-17; Apocalipsis 1:13-16, 6:14-17, 19:16.
Hola bendiciones, que El Señor te siga usando siempre y usando tus reflexiones para la edificación de cristianos y no cristianos.
ResponderEliminarQue el Señor te prospere en todo. amén.