Con gran poder los discípulos predicaron a un Salvador crucificado y resucitado. Sanaron a los enfermos, aun uno que siempre había sido paralítico fue restaurado a una perfecta salud, y entró con ellos en el templo caminando, saltando y alabando a Dios a la vista de todo el pueblo. Las nuevas se esparcieron y la gente empezó a congregarse alrededor de los discípulos. Muchos corrieron juntos, maravillados y asombrados en gran manera ante la curación que había sido efectuada.
Los principales de los sacerdotes pensaron que al morir Jesús ya no se efectuarían más milagros entre ellos, que la excitación desaparecería y que el pueblo se volvería nuevamente a las tradiciones de los hombres. Pero, he aquí que justamente en su medio, los discípulos estaban obrando milagros, y el pueblo estaba lleno de admiración y los miraba con asombro. Jesús había sido crucificado, y ellos se preguntaban cómo los discípulos habían obtenido ese poder. Cuando él estaba vivo pensaron que había impartido poder a sus discípulos; cuando Jesús murió esperaban que esos milagros cesarían. Pedro comprendió su perplejidad y les dijo: "Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? ¿o por qué ponéis los ojos en nosotros, como si con nuestra virtud o piedad hubiésemos hecho andar a éste? El Dios de Abraham, y de Isaac, y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús, al cual vosotros entregasteis, y negasteis delante de Pilato, juzgando al que había de ser suelto. Mas vosotros al Santo y al Justo negasteis, y pedisteis que se os diese un homicida. Y matasteis al Autor de la vida, al cual Dios ha resucitado de los muertos; de lo que nosotros somos testigos. Pedro les dijo que fue la fe en Jesús lo que le había dado perfecta sanidad a un hombre que había sido anteriormente un cojo.
Los principales de los sacerdotes y los ancianos no pudieron soportar esas palabras. Echaron mano de los discípulos y los pusieron en la cárcel. Pero miles de personas se convirtieron y creyeron en la resurrección y ascensión de Cristo, al oír un solo sermón de los apóstoles. Los principales de los sacerdotes y los ancianos estaban inquietos. Habían matado a Jesús para que las mentes del pueblo pudieran volverse hacia ellos; pero ahora el asunto era peor que antes. Fueron acusados abiertamente por los discípulos de haber sido los asesinos del Hijo de Dios, y no podían determinar a cuál extremo podía extenderse este asunto, o cómo podían ellos mismos ser considerados por el pueblo. Habrían estado dispuestos a condenar a muerte a los discípulos pero no se atrevieron por temor a ser apedreados por el pueblo. Llamaron a los discípulos, quienes fueron llevados ante el concilio. Los mismos hombres que clamaron ansiosamente por la sangre del Justo estaban allí. Habían escuchado la cobarde negación de Pedro, quien cuando fue acusado de ser uno de sus discípulos lo negó con maldiciones y juramentos. Pensaron que intimidarían a Pedro, pero ahora él estaba convertido. Allí se le dio una oportunidad de exaltar a Jesús. Una vez él lo negó, pero ahora podía borrar la mancha de aquella negación hecha en forma cobarde y apresurada, y honrar el nombre que había negado. En ese momento Pedro no abrigaba en su corazón ningún temor cobarde; sino que con una audacia santa y con el poder del Espíritu Santo, declaró intrépidamente ante ellos que: En el nombre de JesuCristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis, y a quien Dios levantó de los muertos, este hombre ha recibido completa sanidad. Esta es la piedra que desecharon los edificadores y se ha convertido en piedra angular. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.
El pueblo estaba atónito ante la audacia de Pedro y de Juan. Se dieron cuenta de que ellos habían estado con Jesús; porque su noble y valeroso comportamiento reflejaba la apariencia de Jesús cuando fue perseguido por sus asesinos. Jesús, con una mirada de lástima y pesar reprochó a Pedro después de haberlo negado, y ahora al reconocer osadamente a su Señor recibió aprobación y perdón. Como una muestra de la aprobación de Jesús, fue lleno del Espíritu Santo.
Los principales de los sacerdotes no se atrevieron a manifestar el odio que sentían por los discípulos. Les ordenaron que saliesen fuera del concilio, y deliberaban entre sí diciendo: ¿Qué hemos de hacerle a estos hombres? Porque ciertamente han hecho un gran milagro y es evidente a todos los que moran en Jerusalem y no podemos negarlo. Estaban asustados de que estas nuevas se esparcieran. Si esto ocurría, perderían su poder y serían considerados como los asesinos de Jesús. Lo único que se atrevieron a hacer fue amenazarlos y ordenarles que de ninguna manera hablasen en el nombre de Jesús para que no murieran. Pero Pedro declaró osadamente que no podían dejar de decir lo que habían visto y oído.
Mediante el poder de Jesús los discípulos continuaron sanando a cada uno de los enfermos y afligidos que eran traídos a ellos. El sumo sacerdote y los ancianos estaban alarmados. Centenares se alistaban diariamente bajo el estandarte de un Salvador crucificado, resucitado y que había ascendido al cielo. Los apóstoles fueron encerrados en prisión y se esperaba que la excitación se calmaría. Satanás triunfó y los ángeles malos se regocijaron; pero los ángeles de Dios fueron enviados para que abrieran las puertas de la prisión, y contradiciendo el mandato del príncipe de los sacerdotes y de los ancianos les ordenaron que fueran al templo y hablaran todas las palabras de vida. El concilio se reunió y envió a buscar a los prisioneros. Los oficiales abrieron las puertas de la prisión; pero los prisioneros que buscaban no estaban allí. Volvieron a los sacerdotes y ancianos y les dijeron: Por cierto, la cárcel hemos hallado cerrada con toda seguridad, y los guardas estaban delante de las puertas; pero cuando abrimos, a nadie encontramos dentro. Pero viniendo uno les dio la noticia: He aquí los varones que echasteis en la cárcel están en el templo, y enseñan al pueblo. Entonces fue el magistrado con los ministros, y los trajo sin violencia; porque temían que el pueblo los apedreara. 'Y cuando los trajeron los presentaron ante el concilio, y el principal de los sacerdotes les preguntó: ¿No os ordenamos estrictamente que no enseñaseis en ese nombre? Y he aquí, habéis llenado a Jerusalén con vuestra doctrina y tenéis la intención de echar sobre nosotros la sangre de este hombre.
Eran unos hipócritas, y amaban la alabanza de los hombres más de lo que amaban a Dios. Sus corazones estaban endurecidos, y los actos más poderosos realizados por los apóstoles solamente los enfurecían. Sabían que si los discípulos predicaban a Jesús, su crucifixión, su resurrección y ascensión, esto les echaría la culpa y los declararía sus asesinos. No estaban dispuestos a recibir la sangre de Jesús como cuando gritaron con vehemencia: Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos.
Los apóstoles declararon osadamente que era menester obedecer a Dios antes que a los hombres. Pedro dijo: El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, al cual vosotros matasteis colgándole en un madero. A éste ha ensalzado Dios por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y remisión de pecados. Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y lo es también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen. Entonces, esos asesinos se llenaron de ira. Deseaban nuevamente bañar sus manos en sangre asesinando a los apóstoles. Estaban planeando cómo harían esto, cuando un ángel de Dios fue enviado a Gamaliel para que moviera su corazón y aconsejara al príncipe de los sacerdotes y a los dirigentes. Gamaliel dijo: Absteneos de hacerle daño a estos hombres y dejadlos en paz; porque si este consejo o esta obra es de los hombres se desvanecerá; pero si es de Dios no la podréis deshacer. No seáis tal vez hallados resistiendo a Dios. Los ángeles malvados estaban tratando de impresionar a los sacerdotes y ancianos para que mataran a los apóstoles; pero Dios envió su ángel para impedirlo al levantar en sus propias filas una voz que estuviera a favor de los discípulos.
La obra de los apóstoles no había terminado. Habían de ser llevados ante reyes para testificar del nombre de Jesús y para atestiguar de las cosas que habían visto y oído. Pero antes de que los principales de los sacerdotes les permitieran irse, los azotaron y les ordenaron que no hablasen más en el nombre de Jesús. Ellos partieron de delante del concilio alabando a Dios por haber sido considerados dignos de sufrir por su amado nombre. Los apóstoles continuaron con su misión, predicando en el templo y en todas las casas donde eran invitados. La Palabra de Dios crecía y se multiplicaba. Satanás había actuado sobre los principales de los sacerdotes y los ancianos para que convinieran con la guardia romana a fin de que dijeran falsamente que los discípulos habían robado el cuerpo de Jesús mientras ellos dormían. A través de esta mentira esperaban ocultar los hechos; pero, he aquí que las poderosas evidencias de la resurrección de Jesús estaban surgiendo por todas partes. Los discípulos lo declararon intrépidamente, y testificaron de las cosas que habían visto y oído, y en el nombre de Jesús realizaron poderosos milagros. Osadamente ponían la sangre de Jesús sobre aquellos que habían estado tan dispuestos a recibirla cuando les fue permitido ejercer potestad contra el Hijo de Dios.
Vi que los ángeles de Dios fueron comisionados para tener un cuidado especial, y preservar las sagradas e importantes verdades que servirían como un ancla para sostener a los discípulos de Cristo a través de cada generación.
El Espíritu Santo descansó en una forma especial sobre los apóstoles, quienes fueron testigos de la crucifixión, resurrección y ascensión de Jesús-verdades importantes que serían la esperanza de Israel. Todos habrían de contemplar al Salvador del mundo como su única esperanza, y andar en el camino que Jesús abrió mediante el sacrificio de su propia vida, y guardar la ley de Dios para poder vivir. Vi la sabiduría y la bondad de Jesús al conceder poder a los discípulos para llevar a cabo la misma obra a causa de la cual los judíos lo odiaron y le dieron muerte. Les fue dado poder sobre la obra de Satanás. Obraron milagros y señales a través del nombre de Jesús, quien fue despreciado y muerto a manos de impíos. Un halo de luz y gloria rodeó el momento de la muerte y la resurrección de Jesús, inmortalizando el hecho sagrado de que él era el Salvador del mundo.
Favor hacer referencia a: Hechos capítulo 3-5.
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